El plebeyo y los 100 días


Relatan que una linda princesa se encontraba buscando marido. Nobles y ricos postulantes llegaban de todos los lugares con extraordinarios obsequios: joyas, tierras, ejércitos, tronos… Entre los pretendientes se hallaba un joven humilde que no tenía más fortuna que el amor y la persistencia. Cuando le llegó el tiempo de dialogar, dijo:
- Princesa, te he admirado toda la vida. Puesto que soy un hombre pobre y no poseo tesoros para proporcionarte, te brindo mi sacrificio como prueba de amor. Me quedaré cien días sentado bajo tu ventana, sin otra cosa que la lluvia y sin más ropajes que las que llevo puestas. Esa será mi dote.
La princesa, emocionada por la gran muestra de amor, resolvió acceder y le expresó al joven plebeyo:
- "Poseerás tu oportunidad: si pasas el examen, me casaré contigo".
Así transcurrieron las horas y los días. El candidato estuvo sentado, resistiendo los vientos, la nieve y las noches muy frías. Sin parpadear, con la mirada fija en el balcón de su amada, el valeroso plebeyo siguió seguro con su perseverancia, sin desfallecer un instante.
Por momentos la cortina de la ventana real dejaba traslucirse la apuesta silueta de la princesa, la cual con un delicado gesto y una sonrisa, aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas. Inclusive ciertos optimistas habían comenzado a prever los agasajos.
Al llegar el día 99, los ciudadanos de la zona habían emergido a vivificar al próximo príncipe.
Todo era regocijo y diversión, hasta que de pronto, faltando una hora para consumarse el término, ante la mirada estupefacta de los asistentes y la incertidumbre de la princesa, el joven se levantó y sin dar explicación alguna, se retiró lentamente de la zona.
Un tiempo más tarde, mientras vagaba por una solitaria calle, un niño de la comarca alcanzó al joven humilde y le indagó:
- ¿"Qué fue lo te que sucedió? Estabas a un paso de alcanzar la meta, ¿por qué desaprovechaste esa oportunidad? ¿Por qué te retiraste?".
Con profunda angustia y algunas lágrimas mal ocultadas, el joven humilde contestó en voz baja:
- "La princesa no me restringió ni un día de pesadumbre, ni siquiera al menos una hora. No merecía mi amor".

“Cuando vivimos dispuestos a entregar lo mejor de nosotros mismos como prueba de simpatía u honestidad, inclusive al peligro de perder nuestra dignidad, merecemos al menos una señal de comprensión o estímulo. Las personas tienen que hacerse dignas del amor que se les brinda.”

LO PUEDO LOGRAR


En una cierta ciudad de Canadá, allí donde el frío no cesaba, se encontraban dos pequeños niños jugando sobre una laguna cristalizada. Era una tarde muy nublada y fría, pero ellos se divertían sin preocupaciones patinando sobre el agua congelada. Iban y venían haciendo círculos, saltando, riendo, disfrutando con gran alegría de ese momento maravilloso que les regalaba la naturaleza.

De pronto una parte del hielo se rompió y uno de los niños se hundió en el agua helada y quedó atrapado dentro de la gruesa capa de hielo que cubría toda la laguna. El otro pequeño observó que su amigo estaba ahogándose debajo del hielo, entonces corrió en busca de una piedra y con ella comenzó a golpear desesperadamente con todas sus energías, con toda su fuerza hasta que logró romper el grueso hielo y así de esa manera pudo rescatar a su gran amigo.

Al rato llegaron los bomberos y al ver lo que había pasado, comenzaron a preguntarse entre ellos que como ese pequeño había podido romper semejante hielo.

“Es imposible que lo haya podido romper con esa piedra y sus manos tan pequeñas”, comentaban.

Por allí cerca se encontraba un anciano que estaba escuchando todo lo que murmuraban los bomberos; él se acercó y les dijo:

“Yo puedo decirles como lo hizo

Los bomberos asombrados preguntaron… Cómo?

Es muy simple, “no había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo”.

La mayoría de las veces somos nosotros mismos quienes debemos tomar las decisiones y sentirnos seguros de que todo se puede lograr.

LA CARGA DEL RESENTIMIENTO


El argumento del día era el resentimiento, y el profesor nos había pedido que llevásemos papas y una bolsa de plástico. Debíamos agarrar una papa por cada individuo al que guardásemos rencor, escribir su nombre en la papa y depositarla en la bolsa. Ciertas bolsas eran verdaderamente pesadas. La acción residía en acarrear la bolsa con nosotros durante unos 7 días. Ciertamente, el estado de las papas se iba estropeando con el tiempo.
La molestia de transportar esa bolsa en todo momento me mostró notoriamente el peso místico que cargaba a diario y me marcó que, mientras situaba mi cuidado en ella para no olvidarla en ningún lugar, menospreciaba cosas más significativas. Descubrí en aquel momento que todos poseemos papas deteriorándose en nuestra “alforja” sentimental.
Esta acción fue una gran parábola del costo que pagaba a diario por conservar el rencor emanado de situaciones pasadas, que no pueden cambiarse. Me di cuenta de que cuando dejaba a un costado las cuestiones incompletas o las promesas no efectuadas, me colmaba de resentimiento. Mi nivel de estrés se acrecentaba, no descansaba bien y mi atención se esparcía. Perdonar y “dejar ir” me llenó de paz, nutriendo mi espíritu.
La falta de perdón es como algo perjudicial que consumimos a gotas cada día, hasta que definitivamente acaba por contaminarnos. Muchas veces nos preocupamos en que el perdón es un obsequio para el otro, y no nos damos cuenta de que los únicos perjudicados somos nosotros mismos.
La tolerancia es un reconocimiento que puedes y debes revivir a diario. Muchas veces la persona más trascendental a la que tienes que perdonar es a ti mismo, por todas las cosas que no fueron del estilo como recapacitabas. La manifestación de generosidad es la combinación para liberarte. ¿Con qué personas estás disgustado? ¿A quiénes no te es viable dispensar? ¿Eres infalible, y por eso no puedes perdonar las faltas de los demás? Perdona, y así serás perdonado. Recuerda que con la misma vara que mides serás medido.

Calmar nuestra carga nos da mayor independencia para movernos hacia nuestros objetivos.

LOS REGALOS INVISIBLES


Daniel es un niño de siete años que vive en su habitación individual con su madre, una pobre costurera, en un pequeño pueblo en el norte de Escocia.

En la víspera de Navidad, en su cama, el niño espera ansiosamente la llegada de Santa Claus.

De acuerdo con la tradición de su país, él puso en la chimenea una gran media de lana, con el anhelo de encontrarse, a la mañana siguiente, con muchos regalos.

Pero su madre sabe que no habrá regalos de Navidad para Daniel por su falta de dinero.

Para evitar desilusiones, explica que hay regalos visibles, comprados con el dinero y los regalos invisibles, que no se compran o venden, o ven, pero
hacen a uno muy feliz, como el afecto de una madre, por ejemplo.

Al día siguiente, Daniel se despierta, corre a la chimenea y advierte que su media está vacía.

Se cubre con entusiasmo y alegría y va corriendo a mostrársela a su madre:

Mamá, "Está llena de regalos invisibles!" Le dice él sintiéndose muy feliz.

Por la tarde va a la sala donde Daniel se reúne con los demás niños, y cada uno muestra con orgullo su regalo.

"Y Daniel, ¿qué te trajo Santa Claus?", preguntó.

Daniel muestra feliz su media vacía ", me trajo regalos invisibles!" responde.

Los chicos se ríen de él. Allí entre ellos está Alberto, un niño malcriado que tiene el mejor obsequio, pero no está feliz. Sus compañeros se burlan de él porque
tiene un coche lindo con pedal pero no posee marcha atrás, entonces el niño enfurecido destruye el valioso juguete.

El papá de Alberto, entristecido, se pregunta cómo se puede dar placer a su hijo.

Luego lo ve a Daniel sentado en un rincón, feliz con su media vacía.

Se acerca y le pregunta: "¿Qué te trajo Santa Claus?"

"A mi, regalos invisibles", dijo Daniel para sorpresa del padre de Alberto, y explica que no se ven, o se compran o se venden, sino que se sienten, como el amor de una madre.

El padre de Alberto comprendió el mensaje. Muchos juguetes visibles y atractivos, no habían alcanzado la felicidad de su hijo, en cambio Daniel, había descubierto a través de su madre, el camino a la felicidad.