Hércules y la montaña
Hércules
y la montaña. Cuando Hércules era un joven de
delicado rostro que tenía la vida por delante, salió una mañana para cumplir
con un encargo de su padrastro. Pero su corazón estaba lleno de amargos
pensamientos, y renegaba porque otros, que no eran mejores que él, llevaban una
vida cómoda y placentera, mientras que su vida estaba cargada de trabajo y
dolor. Hércules y la montaña
Mientras pensaba en esto, llegó a un lugar donde
cruzaban dos caminos, y se detuvo sin saber cuál tomar. El camino de la derecha
era accidentado y tosco. No tenía belleza, pero Hércules vio que conducía
directamente hacia las azules montañas de la lejanía. El camino de la izquierda
era ancho y despejado; a ambos lados tenía árboles donde cantaba un coro de
aves, y serpeaba entre verdes vegas donde florecían las más bellas flores. Pero
terminaba en la niebla y la bruma, sin llegar a las maravillosas y azules
montañas.
Mientras el joven meditaba su decisión, vio que dos
bellas mujeres se le acercaban, cada cual por un camino. La que venía por el
camino florido llegó primero, y Hércules vio que era hermosa como un día de
verano. Tenía mejillas sonrosadas y ojos resplandecientes, y hablaba con
palabras cálidas y persuasivas. Hércules y la montaña
-Oh noble joven –dijo-, no te sometas más al trabajo
y los esfuerzos. Sígueme y te conduciré por sendas amenas donde no hay
tormentas que te perturben ni problemas que te fastidien. Vivirás cómodamente,
en una ronda incesante de música y alegría, y no te faltará nada que alegre la
vida: ni chispeante vino, ni mullidos divanes, ni ricas túnicas, ni los
adoradores ojos de bellas doncellas. Ven conmigo, y la vida será como una
ensoñación.
Para entonces la otra mujer se había acercado, y
también le habló. Hércules y la montaña
-No tengo nada para prometerte -dijo-, salvo aquello
que ganarás con tu propia fuerza. El camino por el cual te conduciré es
irregular y escabroso, y trepa por muchas colinas y desciende en muchos valles
y hondonadas. Los paisajes que verás desde las cimas a veces serán majestuosos
e imponentes, pero los profundos valles son oscuros, y el ascenso desde ellos
es trabajoso. No obstante, ese camino conduce hasta las azules montañas de
inmortal fama, las cuales divisas a lo lejos. No puedes llegar a ellas sin
esfuerzo; más aún, no hay nada que valga la pena tener que no se deba ganar
mediante el trabajo. Si deseas flores y frutos, debes plantarlos y cuidarlos;
si deseas el amor de tu prójimo, debes amarlo y sufrir por él; si deseas gozar
del favor del cielo, debes hacerte digno de él; si ansías la fama eterna, no
debes desdeñar el duro camino que a ella conduce. Hércules y la montaña
Hércules vio que esta dama, aunque era tan bella
como la otra, tenía un semblante puro y gentil, como el cielo en una cálida
mañana de mayo.
-¿Cómo te llamas? –preguntó.
-Algunos me llaman Trabajo –respondió ella-, pero
otros me llaman Virtud.
Hércules se volvió hacia la primera dama.
-¿Y cuál es tu nombre? –preguntó.
-Algunos me llaman Placer –dijo ella, con una
sonrisa seductora-, pero prefiero hacerme llamar Dicha y Alegría. Hércules y la montaña
-Virtud –dijo Hércules-, te escojo como guía. Mío
será el camino del trabajo y del esfuerzo, y mi corazón ya no albergará
amargura ni descontento. Y apoyó su mano en la mano de Virtud, y entró con ella
en el recto y temible camino hacia las bellas montañas azules del lejano
horizonte.
James Baldwin
Hércules y la montaña
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