Dos hermanos, Carlos y Rafael, vivían en ciudades distintas. Apenas se veían y tampoco se llamaban por teléfono. Su relación era amistosa cuando se veían pero algo fría por la distancia que ambos habían puesto entre ellos.
Cierto día, uno de los hermanos se encontró con un viejo amigo de los dos. Éste le contó que Rafael estaba pasando por unos momentos difíciles y que le resultaba complicado llegar a fin de mes. Además, su mujer estaba algo enferma y el cuidado de los niños hacía cada vez más difícil que pudiera trabajar a jornada completa en la fábrica.
No tuvo que escuchar más. Rápidamente Carlos hizo las maletas y se fue a la ciudad donde vivía su hermano. A visitarle.
Allí le contó que había perdido su casa en un incendio y que necesitaba un lugar donde vivir. Además, le habían echado del trabajo y le propuso a Rafael que cuidaría de sus hijos hasta encontrar un buen empleo y que pagaría todos los gastos de la casa si le dejaba instalarse.
Rafael ya estaba decidido a dejarle vivir en su casa incluso antes del ofrecimiento, pero sus problemas económicos hicieron que aprovechara la ocasión y permitió a su hermano que le pagara por su estancia y que cuidara de sus hijos.
Así fue que durante el tiempo que Carlos vivió en su casa, Rafael pudo trabajar completamente en la empresa, su mujer empezó a recuperarse de su enfermedad mientras los niños estaban bien atendidos por su tío, que aún no había tenido tiempo de buscarse un empleo.
Como era un buen profesional, pronto pudo ascender y cobrar más dinero. En pocos meses dirigía uno de los talleres y fue entonces, ya recuperado económicamente, cuando habló seriamente con su hermano.
Le dijo que ya no necesitaba su dinero, que ganaba lo suficiente y que no hacía falta que le entregara nada por vivir en su casa. La mujer, completamente restablecida empezaría a hacerse cargo de los niños y él ya podría ponerse a trabajar. Así que le ofreció el puesto de capataz en su taller. Un buen sueldo con el que podría independizarse algún día, si ese era su deseo.
Carlos, agradecido y conmovido por la generosidad de Rafael, le dijo que no necesitaba el trabajo. Que había dejado un tiempo su empresa para poder ayudarle a salir del bache en que estaba metido. Que no le hacía falta dinero porque era muy rico. Que se había enterado de los problemas por los que estaba pasando y había decidido echarle una mano hasta recuperarse.
Extrañado por lo que acababa de oír, Rafael dijo a su hermano:
- Si sabías cuál era mi situación, ¿cómo es que nunca me dijiste nada?
- No quería que te sintieras avergonzado. Sé que eres orgulloso y eso te habría molestado.
- Pero aún así podías haberme dado dinero para recuperarme cuando estuve tan mal. Mi vergüenza se habría disipado si hubiera tenido la ocasión de sacar a mi familia adelante. Si me hubieras ofrecido dinero lo habría aceptado sin dudar.
- Si algo he aprendido a mis años es que lo que se consigue sin esfuerzo se pierde rápidamente. Si te hubiera dado el dinero no habrías tenido la oportunidad de valorarlo. Y al no apreciarlo lo hubieras perdido enseguida. Ahora sabes el esfuerzo que supone llegar hasta donde estás y que la experiencia que has tenido te servirá para saber vivir mejor a partir de ahora.
Y cogiendo la maleta que tenía preparada dijo:
- Ya es hora de volver a mi casa. Estaremos en contacto.
- Gracias.
Fundiéndose en un abrazo, los dos hermanos se despidieron.
LOS DOS HERMANOS
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